“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

lunes, 19 de marzo de 2018

Discriminación (3)

Voy a continuar con las anécdotas, aparentemente sin importancia, divertidas, que se sueltan con toda naturalidad, como las que conté ayer de los jubilados y de mi madre. Y sin embargo, si las analizamos, no tienen nada de graciosas sino que reflejan cómo se han interiorizado a lo largos de los años unas ideas y unos comportamientos reprobables. Mis padres nunca tuvieron coche pero cuando me casé nos dieron dinero para comprarme uno nuevo. Mi padre se encargaba de recordar una y otra vez que el coche era suyo, que lo había pagado él. Y eso, según su forma de pensar, le autorizaba a que cada vez que él y mi madre subían al coche, mi padre ocupara siempre el asiento de copiloto. Lo daba como algo natural, que no necesitaba explicación. Tenía la firme convicción de que los hombres viajan delante y las mujeres detrás. También era de los que cuando llegábamos a casa después de un viaje me decía que fuéramos a tomar una cerveza al bar mientras las mujeres preparaban la comida. Para no molestarlas, añadía.  Y para demostrar que era un caballero, al regresar a casa no se olvidaba de comprarles un helado a las mujeres. Recuerdo que cuando vivíamos en Francia, teníamos un vecino desaseado, sucio. Un desastre.  En mi casa no se le criticaba a él sino a su esposa, con la expresión ¡mira como lo lleva al pobrecito! Dudo que si la desaseada hubiera sido la mujer, la responsabilidad recayera sobre el marido. Al contrario, se la habría tachado de guarra. Y por último, recuerdo a un amigo de juventud y cómo los domingos, cuando iba a su casa a buscarle, él le ordenaba a su hermana que le limpiara los zapatos porque íbamos a salir. A ninguno, ni a la hermana, ni a la madre, ni al padre, ni al otro hermano, ni a mí nos parecía que hubiera nada reprobable.  Como tampoco lo había si llegábamos a las tres de la tarde a su casa, porque habíamos estado tomando cervezas, todos ya habían comido, nos sentábamos y la madre o la hermana nos calentaban la comida y nos la servían, sin rechistar y sin que mi amigo le hubiera dicho con antelación que me iba a invitar a comer. Y al terminar, nos íbamos directamente al bar a tomar café, copa y puro, mientras las mujeres recogían y fregaban.

Evaristo Torres Olivas

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